Necroturismo a la salvadoreña, un paseo entre muertos
El operador que organiza las visitas dice que cada mes sube la demanda

“El lugar a
donde vamos es la última morada de grandes personajes y es también de
los sitios más tranquilos e increíbles que hay en la ciudad”, dijo el guía
Benjamín Melara hace tres horas, cuando el bus cargado de turistas avanzaba
hacia el Cementerio General de San Salvador. Era ya noche cerrada.
Incluso si se toma Centroamérica para la comparación, El
Salvador tiene serias limitantes en el plano turístico. Es el único país sin
costa caribeña, no tiene ruinas mayas como las de Guatemala ni reservas
naturales como las de Costa Rica ni ciudades coloniales como las de Nicaragua.
Y hoy por hoy es el país más violento del continente.
Agudizar el ingenio para seducir al turista es casi una obligación.
Desde hace poco más de un año se organizan visitas guiadas a
Los Ilustres, el sector del cementerio en el que están enterrados los ancestros
de la poderosa oligarquía salvadoreña.
El necroturismo, que es como se llama esta práctica, no se
inventó aquí, ni mucho menos. Los camposantos de Viena, Praga, Atenas o París
son desde hace años reclamos de primer orden. A este lado
del Atlántico algo parecido ocurre en Buenos Aires y en La Habana. Pero la
peculiaridad de San Salvador es que los recorridos son sólo nocturnos.
Melara lo advirtió antes de desabordar: “Aunque tenemos
lámparas, hay secciones sumamente oscuras, así que fíjense
por dónde caminan, porque a veces hay agujeritos o algo”.
Melara es el guía y también es la cara visible de El Salvador Turismo, el único
tour-operador privado que ha apostado a esto: “El necroturismo está creciendo,
cada mes sube la demanda.”
Pros y contras
Los Ilustres están en el centro de la capital, junto al gigantesco mercado Central, entre la suciedad y el caos que genera. Se inauguró a mediados del siglo XIX y alberga mausoleos que impresionan.
Como le ocurre al resto de la ciudad, tiene problemas de
iluminación, de hacinamiento y de pavimentación, pero quizá todo eso sea parte
de su encanto. Está limpio, con las zonas verdes cuidadas y la seguridad
garantizada por
policías armados.
“Es importante que miren a su alrededor, porque en cualquier
lugar van a encontrar algún detalle bonito”, dijo Melara al poco de haber
iniciado la caminata. Los detalles son las cruces y las lápidas, obvio.
Pero también los ángeles alados, los querubines, las vírgenes y los cristos
crucificados, obras de arte a la intemperie, hechas algunas de mármol de
Carrara.
José Salvador Escalante llegó en el bus con su esposa Evy.
Es salvadoreño pero reside en Estados Unidos desde que se fue a los 17 años.
Ahora tiene 65. Supo del necroturismo por un correo electrónico y no quiso
desaprovechar. Su bisabuelo era el ex presidente de la República José
María Peralta, y su abuelo fue cuñado del también ex presidente Manuel Enrique
Araujo, dos de los ilustres.
Pero Escalante hoy ha sido uno más entre la treintena de
turistas que pagaron 15 dólares por el transporte, la visita guiada y
una bebida.
"¿Qué le está pareciendo?" "Excelente",
respondió tajante cuando aún faltaba la mitad del recorrido.
Recomendable, dijo también Escalante. Y no se trata solo de
la belleza escultórica. En Los Ilustres descansan figuras
trascendentes como
el hondureño Francisco Morazán, padre del centroamericanismo; el paraguayo
Agustín Barrios 'Mangoré', guitarrista excepcional; o Justo Armas, nombre que
la leyenda dice que adoptó el emperador mexicano Maximiliano I tras su supuesta
llegada a El Salvador.
Entre los salvadoreños, los líderes
comunistas Farabundo
Martí y Schafik Hándal, el dictador Maximiliano Hernández o el mayor Roberto
d’Aubuisson, considerado el autor intelectual del asesinato de Monseñor Romero.
Los filántropos
Pero más allá de los nombres más sonados, el recorrido por el cementerio permite al salvadoreño promedio conocer muchos porqués: por qué el principal hospital público del país se llama Rosales, por qué el hospital de niños se llama Bloom o por qué el museo de antropología se llama David J. Guzmán, por citar tres ejemplos.
“Aquí está enterrado mi presidente favorito, Manuel Enrique
Araujo, y arriba, sobre la gran roca, vamos a ver un Cristo con los brazos
extendidos que se parece al Cristo de Corcovado de Brasil”, dijo
Melara en el tramo final de la visita. Y en efecto, apareció una escultura que
se parece al Cristo de Corcovado de Brasil.
El recorrido ha terminado. Hay satisfacción
generalizada. “Y la visita sirve para culturizar a nuestra
propia gente, para que vean las riquezas culturales que tenemos y para que
conozcan nuestra historia”, dijo Melara.
Ya dentro del bus que aleja a los visitantes del cementerio,
Melara toma el micrófono, lo enciende, se gira, y con los brazos apoyados sobre
el respaldo del asiento dice entusiasmado: “Ahora vamos por la alameda Manuel
Enrique Araujo y ahí mismo está el Museo David J. Guzmán”. Y en el bus se
impone un silencio cómplice. Son los nombres de toda la vida que ahora
tienen más sentido que nunca.
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